MARATON SEVILLA 2017 (by Somo)

por | 05/03/2017

19 de Febrero de 2017 a las 6:45 horas como habíamos previsto y con una puntualidad pasmosa, nos encontrábamos en la mismísima Puerta del Príncipe de La Maestranza de Sevilla la terna que habría de lidiar una corrida de las llamadas duras, el MARATON DE SEVILLA: Darwin, una figura en potencia, lo tiene todo para triunfar: ganas, cualidades y, sobre todo, que no es un esclavo de esto, aunque lo vive con mucha intensidad; Busto, figurón que demuestra en cada carrera por qué se mantiene durante tanto tiempo en lo alto del escalafón, siempre con la cabeza en su sitio; y yo, Somo, torero de los que, sin ser mediático ni brillante, siempre trata de justificarse ante sí mismo.

Yo era el último en llegar y según me aproximaba a mis compañeros de batalla pensaba en lo difícil que iba a ser estar a su altura. Venía de patearme Triana y el casco antiguo de la ciudad la tarde anterior, de dormir poco y mal, de dar vueltas en la cama pensando “qué coño pinto aquí”, de levantarme y no tener ganas de luchar. En otras palabras, nada distinto a lo que habían vivido y ahora sentían los 14.000 héroes de esa mañana.

Ya el día de antes paseando por Sevilla te das cuenta que huele a acontecimiento grande: gente por todos los lados, corrillos de personas que se saludan al encontrarse en un lugar distinto al habitual, caras de tensión, ilusión, miedo, satisfacción, se mezclan en distintas pero también en las mismas personas. Compartimos cena de hidratos con los 5 villan@s desplazados hasta allí, sentados en una terraza viendo al Sevilla justo al lado de un garito sede de una peña bética (lo suficiente para percibir la rivalidad futbolística existente en la ciudad y es que en la terraza de la Peña Bética no estaba encendida ni la tele); un rato muy agradable, combinando charlas de estrategias para el día siguiente con anécdotas de carreras anteriores, tanto propias como de compañeros que no estaban esta vez ahí, pero que han dejado y seguirán dejando momentos para el recuerdo. Hablando de estrategias, esta gente siempre va a saco y eso sólo tiene dos posibles salidas: o la Puerta Grande o la enfermería. Yo hace tiempo ya que me dí cuenta de que hay una tercera posible salida que es a la que yo aspiro: salir por la Puerta de Cuadrillas, quizá sin contar trofeos pero con la cabeza bien alta por haberte justificado ante ti y ante los que te siguen  y haber estado por encima del “toro”.

Pero volvamos al lío. Tras juntarnos en el sitio acordado, cogemos el coche para ir al Estadio de La Cartuja. Vamos con tiempo, pero una mala colocación en una rotonda (qué importante es la colocación en el toreo) nos saca del itinerario previsto y, tras callejear mucho, volvemos a salir al Paseo Cristóbal Colón por debajo además del punto de partida original. Sin querer habíamos dado la primera vuelta al ruedo del día, aunque esta vez en coche.

Ya en el estadio, búsqueda infructuosa de los otros miembros de La Cuadrilla: Pedro, un picador bueno donde los haya al que no hay “toro” que derribe; y Kike, que iba de “subalterno” en su primera comparecencia y acabó banderilleando a los 6 toros y haciendo una brega digna de maestro.

Hacía frío y llovía levemente, así que decidimos aguantar lo máximo  en el ropero y acercarnos a la salida trotando –nada de paseíllos parsimoniosos- con el tiempo justo para no pensarlo.

Pistoletazo y a correr. Esto no es Madrid, pienso, donde al conocer la ciudad y el recorrido te vas marcando  metas parciales en función de la orografía del terreno; aquí es todo llano y desconocido para mí, así que las metas intermedias marcadas salen fácil: 42 entre 6 igual a 7. Justo y seguimos con el paralelismo: 6 toros , 6 tramos de 7 kms . cada uno, por delante.

Estos primeros kilómetros  se asemejan más a un encierro de San Fermín que a una corrida de toros. Eso sí, la diferencia es que aquí los guiris que ves no van borrachos como cubas, sino que son  ti@s que han venido a disfrutar de una experiencia única y con un respeto al “toro” igual al tuyo.

Con el primero ya en el ruedo es Darwin el que sale a darle capotazos. Se le ve suelto, bromea, se cruza buscando el sitio bueno. Busto le sigue el rollo, mientras yo disfruto en silencio. Voy bien, cómodo, cogiendo ritmo pero con una sequedad de boca inquietante para esos momentos de carrera. Este parcial, tras cruzar el río y pasar por Torre del Oro y La Maestranza (por tercera vez) concluye con una demostración de suficiencia de Darwin: se para a mear y al minuto ya nos ha vuelto a coger. Ante nuestros comentarios de sorpresa, respuesta lapidaria: “joder, estaba a tope. He tenido que cortar a los 30 segundos porque si no me tiro 2 minutos meando y os alejais demasiado”. Las carcajadas todavía resuenan en la orilla del Guadalquivir.

El segundo toro o parcial, como prefiráis, le corresponde a Busto y da una clase magistral de poderío. Comenta anécdotas sin que le tiemble la voz y hace que se te pasen estos kms. con una rapidez pasmosa. Algo habrán hecho otros maestros como David Hernández, Luis Mariano, Miguel, etc. o estarán por hacerlo, como JuanCar, para que sus nombres siempre salgan en estas conversaciones. Yo sigo escuchando y disfrutando, ya con la boca algo más normal tras los dos primeros avituallamientos. Igual que el anterior, este parcial concluye con otra demostración de fortaleza. Esa vez es el “cuñis” el que se para a evacuar, nosotros bajamos ritmo con la mejor intención de no hacerle daño y, antes de mirar atrás, ya nos había cogido. Imaginaos mi reflexión en ese momento: “Por Dios, que no me entren a mí ganas”.

En el km. 14 y antes de que salga el tercero al ruedo, que me correspondía en suerte a mí, me tomo mi primer gel. Se nota que soy principiante en esto de los geles porque, al apretar, parte se me va a la boca y parte a la mano. Viendo lo pringosa y pegajosa que se quedó, no quise ni imaginar cómo caería eso al estómago. Pero lo cierto es que ese toro me salió facilón y notaba que le podía hacer faena así que experimenté los famosos “momentos gloriosos” de los que tanto habla David Hernández. Me di cuenta de que yo también podía hacer bromas, como cuando Darwin para nuevamente a mear y vuelve escandalizado a los 15 segundos porque estuvo a punto de sacarla al lado de un policía. Frases como “Esta vez no has tenido que cortar la meada” o “Haberle dicho que eras cuñado de Busto, que igual era el mismo que le quiso denunciar en la media de Alcalá” salían de mi boca alegremente. A preguntas de Busto de ¿cómo vas?, contestaba con respuestas largas y no con monosílabos: “Ya querría yo llegar con estas sensaciones al 35 y poder disfrutar y no sufrir los últimos 7”, a lo que sentenció “Nos ha jodido, y yo”. Esta tercera faena concluía con una estocada bajo el arco del Medio Maratón y es que, justo antes de pasarla, veo a un niño y su madre que extienden su brazo a nuestro paso. Estaba tan eufórico que enfilé hacia ellos y choqué la mano del niño con delicadeza, pero a la madre la pegué una palmada que ni en los tablaos flamencos de Sevilla suena tanto. Mis compis se descojonaban y me disculpé ante ellos diciendo que llevaba la mano tan pegajosa por el gel, que si no la hubiera dado así de fuerte, me habría quedado pegado a ella.

Pues eso, que habíamos pasado el ecuador de la corrida y los tres habíamos cortado orejas, pero hay que recordar que en La Maestranza se necesitan 3 trofeos, y no 2 como en el resto de plazas, para salir por La Puerta Grande, así que quedaba todavía parte de la gesta por hacer.

En el maratón, a diferencia de en los toros, no hay tiempo de bocadillo. Así que sin darnos cuenta ya estaba el cuarto en el ruedo y nuevamente con Darwin a escena. Da dos pasos adelante y se coloca en cabeza del grupo. Veo que el “cuñis” sale al quite y no quiere dejarse comer el terreno. Estos son los momentos más duros para mí porque, tras la pequeña relajación que sucede a la euforia del toro anterior, veo que tengo que luchar por no distanciarme más de 2 metros, porque supondría  perder su estela. Lo que sí pude apreciar y valorar es lo centrado que estaba Darwin en su papel, ya que no es nada fácil poner de acuerdo unas piernas y un corazón que le pedían batalla con una cabeza que le sugería calma. Una faena basada en la colocación y el poderío para domar a la bestia.

Llegados al kilómetro 28, sale el quinto y con él Busto al ruedo. Impresionante lo demostrado por él en este tramo de 7 kms.: perfectamente adaptado al ritmo, mirando al tendido y respondiendo con palmadas a los aplausos del público y animando a todos y cada uno de los toreros que en esos momentos ya habían recibido un buen revolcón de un toro llamado Muro. Su suficiencia la demuestra siendo el único de los tres capaz de ver el avituallamiento sólido que se nos ofrecía en el Parque María Luisa, cogerlo y repartirlo como los imprescindibles “aguadores” en los equipos ciclistas. Por mi parte, el objetivo en este quinto toro era terminar de adaptarme al nuevo ritmo impuesto por Darwin y, sobre todo, que mi cuerpo llegara con energía suficiente y con la cabeza fresca para afrontar el último escollo con ganas de triunfo.

Cuando veo salir a este último morlaco, km. 35, percibo unas sensaciones contradictorias: el toro es una preciosidad, bien hecho que se diría en la jerga taurina – Plaza de España, Paseo de la Constitución, Catedral, Reales Alcázares, Ayuntamiento, Alameda de Hércules –  un placer para la vista; sin embargo, me correspondía a mí solito lidiarlo.

Y es que en ese tramo de carrera ya no percibes que hay gente a tu alrededor, sino que estás tan metido en tu “yo” que te sientes como un torero sólo en el centro del ruedo, con un animal que te quiere coger y al que tienes que doblegar. Ahí ya me olvido de que mis compañeros me llevan una pequeña ventaja y lo que deseo es no perder comba para poder salir con ellos por la Puerta Grande.

En el kilómetro 41, y tras una buena tanda, oigo una voz del tendido que me resulta familiar: levanto la vista y veo a mi mujer y mis pequeños animando igual de fuerte que llegaba yo a ese tramo de carrera. Es el aliento que me faltaba ya para rematar la faena. Así que me perfile para la estocada y enfilo el túnel de entrada al estadio como el torero que se vuelca sobre el morrillo sin temor a que se lo lleve el toro por delante.

Lo vivido en la pista es difícil de narrar: sería como estar dando la vuelta al ruedo, sin que el animal haya caído todavía. La última recta es de lo que queda grabado para el recuerdo: los tres que empezamos esta aventura 3 horas y 23 minutos antes, estábamos saliendo de la mano por La Puerta del Príncipe de Sevilla (lástima que el héroe de verde nos jodiera la foto). Y es ahí cuando, sin dejar de emocionarme por el momento que estaba viviendo, recordé aquella salida a hombros en Madrid junto a otros dos maestros de ésto – David Hernández y Luis Mariano – en mi primer maratón. Y pensé en lo privilegiado que había sido de vivir esos dos momentos en compañía. Gracias chavales, a los cuatro.

Las sensaciones que me quedan tras esta aventura son que efectivamente SEVILLA TIENE UN COLOR ESPECIAL Y EL MARATÓN SIGUE TENIENDO SU DUENDE….

 

 

 

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